Lo sagrado y lo profano

Técnica

Los mosaicos de arte sacro se caracterizan por el abundante uso de teselas de hoja metálica, sobre todo hoja de oro, símbolo de la luz divina y, en el mundo islámico, disuasivo de la forma figurativa, considerada vector para la difusión de la idolatría. La expresión más alta de este tipo de mosaico se presenta tras la caída del Imperio romano de Occidente con la llegada de los mosaicos bizantinos a Italia en el siglo VI. En el año 540, el general Belisario entra en Ravena, la antigua capital del Imperio romano de Occidente, y la población, sintiéndose liberada de los godos, decide hacer decorar una iglesia con espléndidos mosaicos; empiezan así las obras de la Basílica de San Vitale. Las dos ciudades imperiales, Ravena y Constantinopla, están prácticamente hermanadas bajo los fastos del arte musivario. Teselas de esmalte vítreo y oro puro recubren metros y metros de paredes, hasta el encargo, por parte de Teodorico, de las célebres basílicas de San Apolinar el Nuevo y San Apolinar en Classe. Otros majestuosos ejemplos de mosaico bizantino son aquellos que revisten la cúpula, el transepto y los ábsides de la Capilla Palatina de Palermo, Patrimonio de la Humanidad desde 2015.

Elaboración

1) Tratándose normalmente de obras de grandes dimensiones, se realiza la subdivisión del dibujo en partes más pequeñas.
2) En cada parte se coloca un soporte para facilitar el transporte y la manipulación; habitualmente una malla sobre la cual se encolan las teselas. En otros casos se pueden fijar directamente al boceto.
3) Una vez que se ha secado el pegante, se obtienen numerosas piezas del dibujo entero, como las de un puzle, que se ensamblarán sucesivamente en el lugar de instalación.
4) La inclinación de las teselas determina los efectos de la luz en la obra misma.